martes, 3 de agosto de 2010

La implosión demográfica

uEUROPA
ESTOCOLMO.--Mia Hulton es una mujer culta, pensativa y de voz suave. Vive con el hombre al que quiere y se mata de trabajar siete días a la semana. A sus 33 años, está empeñada en triunfar en el mundo académico. A pesar de vivir en Suecia --que concede más ayuda que ningún otro país a las mujeres que desean tener descendencia--, la Sra. Hulton no ve cómo va a haber lugar para niños en su vida. Dice que no ve muy bien dónde encajarían.
La prosperidad y la libertad están haciendo que millones de mujeres de los países desarrollados estén teniendo cada vez menos hijos. Pasan más años estudiando, ponen el acento en el trabajo y se casan más tarde. A consecuencia de ello, las tasas de natalidad de muchos países están experimentado un rápido y constante descenso.
Desde los tiempos de las grandes epidemias, guerras y depresiones económicas no se daban unos índices de natalidad tan bajos.
Con la esperanza de vida subiendo a medida que disminuye la fertilidad, las naciones más desarrolladas pueden encontrarse en pocos años con sociedades desequilibradas casi imposibles de sostener: grandes cantidades de ancianos e insuficientes jóvenes para mantenerlos.
No queda un país en Europa en el que nazcan suficientes niños para suceder a las generaciones actuales. Hace poco, Italia se convirtió en el primer país en la historia con más ciudadanos de 60 años que de 20. Y es probable que este año Alemania, Grecia y España lleguen a encontrarse en la misma situación.
Las repercusiones se harán sentir mucho más allá de Europa. El año pasado, la tasa de fecundidad del Japón --es decir, la cantidad de niños que tiene la mujer promedio a lo largo de su vida-- bajó a 1,39, siendo la más baja hasta la fecha.
«Nunca se había dado un fenómeno así en la historia del mundo», sostiene Nicholas Eberstadt, demógrafo del American Enterprise Institute de Washington. «Estamos en un terreno desconocido. De continuar la tendencia, en una generación o dos habrá países en que los únicos parientes consanguíneos sean los padres de uno. ¿No creen que entonces habrá más soledad y tristeza en el mundo? Yo creo que sí.»
La mayoría de los matrimonios responde en las encuestas que quiere tener dos hijos. Pero igualmente hablan del futuro y de su preocupación por vivir bien. No se ve que importe mucho --al menos en lo material-- que hoy en día la gente tenga más que nunca en los países desarrollados.
«Es que nos hemos vuelto muy egoístas y codiciosos --explica Ninni Lundblad, de 31 años, que trabaja en un laboratorio de biología de Estocolmo--. ¿Acaso nuestros padres se sentaban con una hoja de cálculo a ver si podían permitirse tener dos o tres hijos? Por supuesto que no. Vivimos en la zona más acomodada y en la época más próspera, y todo el mundo se preocupa por si podrá tomarse sus próximas vacaciones o comprarse un yate. La verdad es que es una vergüenza.»
«La prosperidad nos ha estrangulado --afirma el Dr. Pier Paolo Donati, profesor de sociología en la Universidad de Bolonia y destacado intelectual católico--. Lo único en que cree todo el mundo es en la comodidad. La ética de sacrificarse por una familia, que es uno de los conceptos fundamentales de la sociedad humana, ha pasado a la historia. Parece mentira.»
NEW YORK TIMES NEWS SERVICE

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