martes, 25 de mayo de 2010

La bandera de la muerte

ESTADOS UNIDOS:( Abril de 1999 – cuatro años antes de la guerra del golfo)

LEWELLYN H. ROCKWELL JR., WORLDNETDAILY
¿Es posible que se lleven a cabo impunemente matanzas, con el beneplácito del gobierno de los EE.UU.? ¿Es posible que dicho gobierno no respete el imperio de la ley, no acate un código de justicia, y rechace de plano el carácter sagrado de la vida? Una serie de sucesos en el país y en el extranjero sugieren la peor respuesta posible a dichas preguntas.
El capitán de marines Richard J. Ashby pilotaba el caza que cortó un cable aéreo causando la muerte de 20 personas inocentes en los Alpes italianos. Hacía tiempo que los vecinos del lugar observaban como los pilotos americanos jugaban a perseguirse en vuelo rasante y hacían otras piruetas temerarias. El ensordecedor estruendo de los aviones volvía locos a los moradores. Sin embargo, nadie imaginó la tragedia que terminaría por ensombrecer la localidad.
Ahora resulta que un tribunal militar estadounidense ha absuelto de toda culpa a Ashby. Ya no es culpable de homicidio involuntario. También es inocente de homicidio por negligencia. Incluso ha sido absuelto del cargo de destrozar propiedad ajena. Un jurado integrado por ocho marines no encontró nada de malo en su comportamiento.
Se sabe que el gobierno de los EE.UU. recluta, adiestra y utiliza a pistoleros en cientos de países, todo ello costeado por los contribuyentes. Pero en la localidad italiana donde esas personas inocentes encontraron una muerte inesperada no había guerra.
Supongamos que la arrogancia de un piloto de caza italiano causara la muerte de veinte personas en las montañas de Colorado. Si Italia hiciera lo que ha hecho EE.UU. --no permitir que el culpable fuera juzgado en un tribunal estadounidense, sino llevarlo a una base militar en la que oficiales a sueldo del ejército italiano lo declararan inocente--, yo diría que estaríamos al borde de la guerra.
El abogado del capitán Ashby sostiene que hicieron de su cliente un chivo expiatorio, y que habría que investigar al cuerpo mismo de los marines. Desde luego que sí. Sabe Dios qué horrendas maquinaciones se originan en la cúspide de la estructura burocrática de cualquier gobierno. Pero todos sabemos que dicha investigación no revelaría nada. La historia reciente da a entender que cuando las autoridades se investigan a sí mismas generalmente terminan por absolverse.
Los italianos no son los únicos indignados con el veredicto; el mundo entero ve en este simulacro de justicia un símbolo de que el imperio mundial de los EE.UU. se ha convertido en un asesino que no tiene que dar cuentas a nadie de sus actos.
Basta con fijarse en la debacle, mejor dicho, masacre de Iraq. En los últimos dos meses, mientras los norteamericanos dormían, cayeron más bombas sobre el país mesopotámico que durante toda la campaña Zorro del Desierto. La ONU ha confirmado más de 80 bajas civiles y hasta 20 muertos en los últimos bombardeos.
Un artículo del Times londinense dice: «Las bombas de fragmentación [como las que emplea EE.UU. en Iraq], están creadas para acribillar el cuerpo humano con metralla, produciendo cientos de heridas como puñaladas. Cuando no envuelven los edificios en llamas sepultan vivos a sus moradores. La muerte de estos no se verá muy siniestra desde la cabina de un piloto o en la pantalla de la computadora, o en el televisor donde se estudie después el bombardeo, ni siquiera en la residencia del primer ministro británico. A pesar de ello, esas armas son los más crueles instrumentos de muerte que pueda haber.»
Hay que tener en cuenta que todo eso ha ocurrido sin una declaración de guerra por parte del Congreso. Para el gobierno de Clinton, arrojar bombas e imponer la muerte y la destrucción ha llegado a ser cosa de todos los días.
Y no hablemos de los daños considerables a la propiedad, ni de los miles de desplazados. Si a esto sumamos los millones de víctimas de las sanciones, pasamos de la masacre al holocausto.
El columnista Charley Reese, del Orlando Sentinel dice lo siguiente:
«El embargo que niega a Iraq el cloro para depurar el agua se ha convertido en un arma de exterminio masivo. Medio millón de niños muertos --según cifras de las Naciones Unidas--, creo yo, es exterminio masivo.»
Señala además: «En 1989 no había un solo caso de cólera en el país. Hoy en día hay miles de casos a consecuencia directa de la contaminación del agua. Por su parte, los casos de leucemia infantil se han cuadruplicado, probablemente debido al empleo de proyectiles que contienen uranio en los bombardeos que realiza EE.UU.»
Y prosigue: «Estamos mostrando al mundo un rostro feo y cruel, y tarde o temprano recogeremos lo sembrado. Ah, y que nadie blasfeme llamándose cristiano si se desentiende de esos niños que mueren.»
Durante años, EE.UU. dijo que pondría fin a las sanciones una vez que los inspectores de la ONU verificaran que en Iraq no había armas de destrucción masiva. Por otra parte, Sadam Husein ha declarado que los inspectores de la ONU no eran otra cosa que agentes de la CIA en busca de información con vistas a futuros bombardeos. ¿Quién decía la verdad? Según el Washington Post, el equipo de inspectores era una pandilla de espías. Y la información que obtuvieron resultó de suma utilidad en la campaña de bombardeos.
Más recientemente, tan irresponsable comportamiento ha comenzado a dejar sentir sus efectos en suelo norteamericano. Las fuerzas armadas están realizando ejercicios nocturnos que aterrorizan a los habitantes de pueblos pequeños de Texas y otros estados. Todo ciudadano de EE.UU. que se preocupe por el futuro de la libertad debe poner de su parte para acabar con la máquina de destrucción de su país. De lo contrario, corre el riesgo de que terminen tratándolo igual que a un campesino iraquí o un esquiador de los Alpes italianos.

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